miércoles, 29 de septiembre de 2010

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Cuando desperté de aquella hipnosis pude darme cuenta que Marcos, el camarero ya había puesto mi capuchino en la barra. ¿En qué estaría pensado que ni siquiera lo vi aproximarse hacia mi?, y por colmo sorprendí a aquel muchacho mirándome, así que dejé de admirar como se fumaba un simple cigarrillo y me dispuse a darle el primer trago al café.

Quería sentir el calor en mis arterias y por fin dejar de sentir ese helor en mi cuerpo. El primer trago estaba ardiendo, pero pude sentir el hervor en mi garganta y un escalofrío me recorrió el cuerpo entero, creo que hasta llegué a hacer un leve movimiento. Era fuego en mis venas, que hacía que mis ojos se entreabrieran un poquito más.

Yo sólo quería un simple café, quería despejarme de este día, pero no tenía señales positivas esa noche. La vergüenza comenzaría a usurpar mi cuerpo, así que centré mi mirada hacía el café, color canela, mientras no cesaba de darle vueltas con la cucharilla.

Ya parecía que escuchaba la música del bareto, sus gentes riendo, comentando sus historias, sus acentos tan distintos a los de mi ciudad de origen (y sí aún los recordaba) en fin ese era el día a día de la vida del bar. Aquellas conversaciones le daban vida y sentido a la apertura de cada tarde que comenzaba vació y terminaba por llenarse con gente del barrio y otros personajes que estaban de paso, y sí, dije personajes.

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