Me senté en un extremo de la barra, me quité la bufanda y el abrigo. Aún tiritaba del frío y no era capaz de observar a quien tenia a mi alrededor aquella noche de frío, hasta que aquel humo hizo que me picara los ojos y fue entonces cuando fui capaz de apreciar, de ver cada detalle de aquel muchacho, cada movimiento. Pude ver el placer que le producía el fumar, cada calada, como inundaba sus pulmones de humo y ver aquellas densas nubes de éste que le acariciaban sus labios, por cierto unos labios finos, pero apetecibles. Creo que me avergoncé de pensar aquello y dejé de mirarlo en ese preciso momento.
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