
Bebiendo en aquel rinconcito de la barra de un bar..
Hasta emborracharme con el humo de sus labios y enredándome en el sinfin de sus rizos..
Amaneceré y seguiré soñando con el despertar de su sonrisa, una sonrisa felina como la suya.
Así que me armé de valor para echar a andar lo más rápido posible ya que el frío se apoderaba de mi cuerpo. Abrigada hasta arriba, tan sólo era capaz de percibir el aroma que desprendía mi bufanda, aquella bufanda de lana que antes era de mi madre y ahora pasó a ser mía. Paso tras paso conseguí ver el candil que colgaba de la pared de aquel bareto. Por fin había llegado, pensé. Que eterna se me hizo la caminata de escasos minutos que parecían no pasar y clavarse cada segundo en los pasos que daba sin dejarme avanzar hacia mi destino.
Me senté en un extremo de la barra, me quité la bufanda y el abrigo. Aún tiritaba del frío y no era capaz de observar a quien tenia a mi alrededor aquella noche de frío, hasta que aquel humo hizo que me picara los ojos y fue entonces cuando fui capaz de apreciar, de ver cada detalle de aquel muchacho, cada movimiento. Pude ver el placer que le producía el fumar, cada calada, como inundaba sus pulmones de humo y ver aquellas densas nubes de éste que le acariciaban sus labios, por cierto unos labios finos, pero apetecibles. Creo que me avergoncé de pensar aquello y dejé de mirarlo en ese preciso momento.
Quería sentir el calor en mis arterias y por fin dejar de sentir ese helor en mi cuerpo. El primer trago estaba ardiendo, pero pude sentir el hervor en mi garganta y un escalofrío me recorrió el cuerpo entero, creo que hasta llegué a hacer un leve movimiento. Era fuego en mis venas, que hacía que mis ojos se entreabrieran un poquito más.
Yo sólo quería un simple café, quería despejarme de este día, pero no tenía señales positivas esa noche. La vergüenza comenzaría a usurpar mi cuerpo, así que centré mi mirada hacía el café, color canela, mientras no cesaba de darle vueltas con la cucharilla.
Ya parecía que escuchaba la música del bareto, sus gentes riendo, comentando sus historias, sus acentos tan distintos a los de mi ciudad de origen (y sí aún los recordaba) en fin ese era el día a día de la vida del bar. Aquellas conversaciones le daban vida y sentido a la apertura de cada tarde que comenzaba vació y terminaba por llenarse con gente del barrio y otros personajes que estaban de paso, y sí, dije personajes.
Al recordar esto sonreí, estaba sentada sola, en la barra del bar y sonreí. Creo que debieron pensar que estaba “loca” o en otro mundo. Bueno Marcos no lo pensaría, él ya me conocía y hoy había sido un día duro y por un momento me dio igual y pude olvidarme de la presencia de aquel muchacho.
Todo parecía ir por el buen camino hasta que de repente escuché una voz que me decía:
Es curioso ver a una mujer sola, sentada en la barra de un bar, ¿vienes muy a menudo por aquí?
Así que dejé atrás mis recuerdos y me centré en aquella voz.
Alcé la mirada hacía arriba y vi que era aquel muchacho, y por su voz deduje que era “un personaje”, no era de la ciudad, de aquello estaba segura.
Me quedé como una tonta, embobada, mirando sus ojos, unos ojos verdes impresionantes, algo entornados por el humo de otro cigarillo, pero no por ello dejaban de ser preciosos. No sé cuanto tiempo pude estar en silencio, simplemente observándolos, intentando ver más allá de una simple mirada y traduciendo lo que me querían decir. Pero tuve que detenerme si no quería quedar peor de lo que estaba quedando, al menos, eso pensé en aquel momento.
Al ver el cambio de expresión decidí contestarle a la pregunta que me hizo y le dije, que sí, que sí solía frecuentar este bar. Aún no me creía que estaba teniendo una conversación con aquel muchacho, que mirada, que ojos, que…(Selena deja de pensar ya en todo él, al final se dará cuenta me dije a mí misma) De inmediato sonrojé, por lo menos eso me dijo él. Para seguir rompiendo el hielo me dijo que se llamaba Derek y pidió a Marcos un par de mojitos para los dos. Nos dimos un par de besos y allí seguimos conversando toda la noche. Hoy no tenía prisa, era sábado y mañana no madrugaba, así que me quedé con Derek hasta que cerraron el bar.
Además era extraño que después de tanto tiempo conociera a un muchacho así, me lo estaba pasando muy bien con él, pero a la vez estaba algo nerviosa. Que extraña sensación, pero me gustaba. Echamos a andar al salir del bar y claro, yo tenía que regresar a casa y él iba por el camino de dejarme en mi puerta ya que a pesar de la buena conversación, de las risas, yo llevaba su abrigo. Quizás fuese una excusa para saber donde vivía. Pero bueno, era una buena excusa, además aunque solo lo conocía de apenas cinco horas y media me gustaba, me gustó desde el primer momento en que lo vi en la barra. (Selena ¿qué piensas?, el alcohol saca a relucir mis pensamientos ocultos o aquellos que quiero negar).
Nos abrazamos, y sentí su calor corporal. Que bien me hizo. No quería separarme de él ( y no sabía por qué estaba sintiendo ese no sé qué). Al separarnos me cogió de la cintura y yo me aproximé hacia él. Fuimos así todo el camino, el poco que quedaba de él.
Así que de repente me di cuenta que estaba en mi calle, ya podía ver mi puerta y no podía seguir dando rodeos. Le señalé cual era mi casa y me acompañó hasta allí.
En la puerta le devolví su abrigo, me dijo que en unas horas vendría a por mí. Claro eran ya las seis y media de la mañana y en realidad ya era domingo. Me dio un par de besos en la mejilla, después me agarró con ambas manos de la cintura, acercó su cara a la mía, simplemente, la acarició, un leve roce, un sentir de su respiración, y me volvió a dar un beso en mi mejilla izquierda. Posteriormente se separó lentamente y antes de marchar me dijo que le había encantado conocerme, y que esperaba más noches de barra en un bar, más noches de risas empapadas en alcohol, más noches junto a una sonrisa como la mía. Más noches amaneciendo junto a mí.